Si bien había seguido su vida, no lo había hecho porque
realmente lo deseaba. El pasado le condenaba cada paso, y por mucho que
avanzara y cambiase de asfalto, los musgos se agolpaban en las plantas de sus
pies, inundando poco a poco sus zapatos, hasta enterrarla nuevamente en el
principio, muy lejos de lo que solía esperar y rogarle a cada mañana, a cada
suspiro que se llenaba de aire frío y desgarrador.
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